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Por: Adalid Rondán Rodríguez

En nuestro ADN hemos cargamos las guerras de toda la historia. Somos la humanidad que en nombre de la libertad, la fe, el territorio, el pensamiento, bienestar ha destruido en lugar de resolver, de sanar y construir un presente adecuado para vivir, ha optado por consolidar su poder a través de miedo que ha ido impregnando de a pocos, cada día, de cada mes, de cada año, de nuestra historia.

Un ejemplo es la guerra civil en Siria que tiene sus orígenes en la corrupción, en la represión política, en la pobreza, en la violación de derechos humanos, también en la desigualdad. Crisis que se inició con movimientos sociales, grupos espontáneos de personas, organizaciones que empezaron a reclamar sus derechos que consideraban menoscabados, una mayoría que exige igualdad a un sistema minoritario. Lejos de conseguir su fin, estas primeras demandas de justicia prendieron fuego cuando fueron acalladas violentamente por el gobierno sirio. El conflicto armado no había hecho más que empezar. Lamentablemente cuatro años después, esta crisis ha acabado por convertirse en una de las mayores catástrofes de la historia reciente.

Para hoy los datos estadísticos indican que las cifras de sus consecuencias son devastadoras: 220.000 muertos, 11 millones de desplazados, 3.9 millones de refugiados y 12.2 millones de personas que dependen de la ayuda humanitaria para subsistir. A pesar de estas alarmantes cifras hay países como EE.UU ó Rusia que tienen sus “favoritos” a los cuales les proporcionan armas para continuar con esta sangrienta guerra.

Como consecuencia de estos terribles sucesos miles de personas están obligadas a migrar hacia países europeos muchas veces salvándose de una muerte inminente pero a la vez adentrándose en un territorio desconocido donde empezar de cero resulta imposible por el costo de vida y la xenofobia de estos países. Es la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, que desborda a Occidente se dibuja un mapa de constantes y omnipresentes líneas con las rutas de los migrantes, en su mayoría sirios, iraquíes o afganos, pero también de África Subsahariana.

Sería en vano no mencionar que la realidad que viven nuestros hermanos al otro lado del mundo no es tan lejana como pensamos, en nuestro país a consecuencia de la guerra interna han sido registradas oficialmente 5.185.406 personas desplazadas internas con un impacto desproporcionado en la población afrocolombiana y las comunidades indígenas.  De estas declaraciones, 99.150 personas han sido víctimas de desplazamiento en 2012. Entre el año 2007 y el 2013 ha aumentado la concentración de la tasa de expulsión en el país. Mientras que en el 2007  el 25% de las tasas de expulsión se concentraba en 17 municipios, en el 2013 sólo 10 municipios (Buenaventura, Medellín, Tierralta, Suárez, Ricaurte, Riosucio, López de Micay y Puerto Asís) concentraron el 50%. Los 3 departamentos con la concentración más alta de eventos de desplazamientos masivos (más de 50 personas) durante el 2013 son Nariño, Antioquia y Chocó (Costa Pacífica). Sólo entre enero y noviembre de 2013, el ACNUR registró un total de noventa eventos de desplazamiento masivo, afectando a cerca de 6.881 familias. La  mayoría de los desplazados internos, son desplazados de zonas rurales a centros urbanos, aunque los desplazamientos intra-urbanos también están en aumento ya que el 51% los desplazados internos residen en las 25 ciudades principales de Colombia.

Este terrible indicativo ha generado diversos tipos de violencia como de carácter urbano, la delincuencia principal motivo que genera en la comunidad más joven un deseo irremediable de vivir en otro país y como la situación empeora a lo largo de las zonas fronterizas, esto ha obligado a cerca de 327.000 colombianos hasta ahora, a huir cruzando las fronteras, en busca de protección internacional en países vecinos como Ecuador, Perú, Argentina entre otros.

La violencia trae más violencia a más familias desmembradas, mas niños huérfanos al miedo impregnado en las calles de una ciudad y cuando nos preguntamos ¿por qué? deberíamos hacer un recuento de nuestra historia y reconocer que somos países al servicio de otros, sin identidad, sin capacidad de decisión y que para buscar la paz, el que hacer debe partir desde nuestro oficio, re-estructurarnos como sociedad para dejar la enfermedad que lleva mas de 100 años , quizá esta vida sea una reiteración de errores continuos uno tras otro o estemos en la búsqueda de una conciencia plena que solo se logrará con un trabajo que sea pertinente a lo que vivimos actualmente, siendo coherentes con lo que pensamos y hacemos para en un futuro no tener aves sin nido sino aves capaces de volar en libertad y ahí es donde reside una verdadera y autentica revolución.

 

1 comentario en “Los sin nido”

  1. Este parte termina con el retiro del cura del pueblo de Killac que se va, debido a que padece de la fiebre tifus, de la cual se recupera, quedando sin embargo con perturbaciones psicologicas. Se resalta tambien la persistencia y afan de Lucia, su esposo Fernando y Manuel por proveer justicia y borrar la corrupcion al interior del pueblo.

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