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Kamino treinta i sinko RETÓRICA

Mi negocio son las palabras. Me hago la vida con ellas. No es tanto lo que vendo, sino lo que digo, o más bien, lo que vendo es lo que digo. Yo creo que la cosa es así para todo. Confundir. Cuando estaba en el colegio ya vendía una cantidad de cosas a punta de palabras y así llegué a la universidad. Salí con trabajo como dirigente político gracias a las palabras. En principio -por supuesto- del partido estudiantil de izquierda, era lo que estaba de moda, donde comenzaban a aparecer votantes masivos. Poco a poco tuve que cambiar de bandera, estos eran decadentes, a parte de corruptos, descarados y disque de izquierda ¿hablando de igualdad? Obviamente, yo nunca he creído en la igualdad, esa palabra es para los discursos, a los pobres que votan les gusta vivir de ilusiones, de telenovelas, su realidad no es su miseria. Creen que uno es gente decente cuando se hace campaña con ropa de marca y sueñan con vivir así algún día, aunque no les alcance para la comida. Por eso son felices cuando vamos con tamalitos, incluso ahora llevamos más para que asistan a las reuniones y lleven a su familia, “Tan bueno el doctorsito –dicen- es que nadie se acuerda de nosotros”. Aunque tengo que reconocerlo, cada vez tenemos que ser más creativos y hay vivos que nos salen costosos y ¿qué me dice de los muertos?

Me hicieron ofertas aquí, tuvo que pasar un tiempo para eso. Esto es como una subasta, entre más exótico sea el producto que uno vende, en nuestro caso: la carreta, uno es más caro. Así es en los sobornos, los chantajes, las campañas, las leyes y hasta en la religión. Los votos son ahora de la derecha y si no puedes con tú enemigo: únete, hazte fuerte con él. Hasta que lo puedas eliminar. Para que seas de los que están más arriba, allí hay un solo discurso, una realidad cruel en ocasiones. Pero es que unos nacieron para mandar y otros para obedecer ¿qué le vamos a hacer?

Cuando era joven vendía lo de mis cositas, porque mi madre siempre me dio lo necesario con su trabajo -todo para su hijo único-, usted sabe. Pero las cositas eran importantes, si uno es lo que dice, la presencia es su envase, la pinta para convencer es clave. Por eso hay que estar a la moda, siempre elegante, lo que vale es lo de afuera, lo que la gente percibe, así sea contrario a la realidad. Por ese tipo de cosas es que uno se va haciendo diferente de los que obedecen y así es que entra a ese selecto club de los que mandamos, entre más mandemos más poder adquirimos, más tajada sacamos y más cómodos estamos, por su puesto, fuera de nuestra gente, otros se perjudican, pero usted ya sabe: el destino nos puso aquí…

En realidad, el gusto por la política me vino de allí, de las palabras. Mi mamá hablaba poco, pero dicen que mi papá era culebrero, o por lo menos embobaba a la gente con su voz, ahí está mamá y después la dejó tirada. Pero estoy seguro que fue el curita Arias mi primer maestro en este arte de la persuasión, del convencimiento. Hacía sus sermones sobre la castidad y la fidelidad, pero se tiraba distinguidas viudas y casadas que se consolaban con gemidos en la capilla del pueblo por las noches. Al final de mi servicio como monaguillo el curita ya no lo ocultaba las cogía en todo lado. Yo le guardaba el secreto, por supuesto, el precio de mi silencio eran dos botellas de vino -por semana- y un porcentaje en las limosnas. Las botellas las vendía a pelados del colegio y les cobraba de pasó el favor, porque a esa edad era más difícil conseguirlas y la plata ahorrando para venir a estudiar a la capital porque eso si, el pueblo estaba lleno de ignorantes y yo no esperaba terminar como un jornalero más.

El caso es que el curita ponía voz regañona y hablaba mal de todo el mundo, amenazándolos con las llamas del infierno en caso de seguir en el pecado incumpliendo la ley de dios, con la que también se hacen algunas de nuestras constituciones. Y la gente le asistía, los domingos teníamos lleno, llegaban incluso mucho antes de abrir la puerta para comulgar de primeras. Hoy en día uno sabe que el bien siempre es relativo y que dios está de parte nuestra. Es decir, para nosotros están bien las inversiones extranjeras porque generan más empleo y porque nos dejan con algunas acciones con las que ganamos lo suficiente para las campañas que nos mantienen en el poder y de paso podemos retirarnos sin preocupaciones. Usted sabe: hay que mantener las cositas que nos dan prestigio, tanto trabajo no puede ser en vano.

Algunos sindicalistas se quejan del sueldo miserable, de las pocas prestaciones, de los horarios abusivos, pero es que alguien tiene que asumir las inversiones, los costos alguien los paga ¿porque entonces cómo hacemos? Toca ayudar a construir esto que llamamos país. Esa es la clave, ahí está el secreto, darles algo para creer de forma colectiva, una nación, una idea, una religión, unos héroes antiguos, unos libertadores (aunque cada vez sean más esclavos voluntarios) que estaban arriba o que llegaron hasta allá con mucho esfuerzo y sacrificio, se les olvida que todos no pueden, que sólo somos unos pocos, los que los representamos.

Después de eso les resulta imposible liberarse, los tenemos cogidos por todos lados. Somos expertos en mentir, dueños de la palabra, creamos sus miedos, les damos algo a qué aferrarse. Algunos dicen que nuestro oficio es actuar diciendo siempre lo mismo con nuevo libreto, el que nos conviene para el momento. Con los medios ahora es más sencillo, cada vez hay mejores formas de convencerlos. Lo importante es que nos crean, o que hagan el intento o que no digan nada porque al que cuestione nos lo bajamos, si no ¿cómo cree que funciona el sistema? O se adaptan, o los adaptamos. Es como por oleadas. Por eso es importante no dejarlos pensar solitos porque se confunden. Nada de meter insurrecciones, por uno que comience a hablar se nos van filtrando todos y después nos quieren volver públicas las instituciones y los bancos y se sienten con tanta autoridad que quieren nacionalizar las empresas y hasta se nos cae el negocito con los gringos que es el mejor de todos.

Las comisiones por las obras públicas son de un 30% sobre cada proyecto, si no nos dan el 30 los contratistas los jodemos. Otros contratos son directamente con nuestras empresas en manos de testaferros, ahí ganamos más. El que se meta lleva, de nada serviría que sólo estuviéramos hablando. Confundir es uno de los frentes de nuestro negocio, pero el látigo es importante, hay que hacer sentir el poder o si no ¿para qué está en nuestras manos? Pero el negocio con los gringos es redondito por donde se le mire, es sagrado. Ganamos con la compra de armas, con las usadas que vendemos, con las transacciones, algunos dicen que son sobornos, pero preferimos llamarlo ética profesional, estamos con los mandan, los elegidos por dios para gobernar.

Son esas ilusiones verbales las que nos dan el favor del pueblo en las elecciones. Mover a la gente. Después de que la cosa entre en movimiento ahí ya el trabajo es más sencillo y desde que usted tenga contenta a la fuerza pública, lo demás es pan comido, uno les puede decir en la cara que es delincuente, pero que matamos a los malos y ellos se lo creen, hasta lo apoyan a uno en las encuestas y no hay necesidad de arreglarlas. Desde que todos ganemos –dicen- y se quedan convencidos de que ganan. Pero los que ganamos somos cada vez más pocos o si no ¿cuál es el sentido? Nacemos para eso. El mercado de la fe puede ser costoso pero toca mantenerlo. Nosotros también nos ponemos más costosos cuando sabemos de algo en lo que no estamos metidos, el soborno es comparable con la medida del escándalo. Nuestro silencio tiene un precio, como el de los demás.

Esa es la realidad de mi negocio, las palabras me lo dan todo, no sé que haría sin ellas. Incluso acabo de tomar parte de su tiempo con este relato. Creo que es suficiente, alguien nos puede escuchar y se nos acaba el negocio, recuerde que soy todo un profesional ¿se imagina que la gente se diera cuenta que todo puede cambiar? Sería un caos completo, nadie querría trabajar, es necesario que sigamos estando unos aquí, otros allá, donde los podamos controlar.

¡Ya! ni sé

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