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Por: Valentina Rocío Galindo

Cerca del parque de juegos, en la esquina ciega de la vigilancia de los profesores, Freddy circundaba vigilando a los más pequeños mientras hacían carreras de pasamanos. Sandra vigilaba que el que arrojara un papel lo hiciera solamente en la caneca de la basura, se reunían los tres anti-inquisidores, que se habían llamado así porque recordaban que en quinto, les había dicho su profesora de historia que la inquisición había sido algo malo, algo como prohibir las clases de teatro en el colegio porque los papás de Martín se habían quejado de que el personaje de su hijo tendría que tratar de tonto a otro personaje. Los tres anti-inquisidores habían dejado de ser tres cuatro semanas antes cuando habían hecho la iniciación de dos niños de sexto que, indignados, habían acudido a ellos buscando justicia.

 

El fin de los tres inquisidores (que eran cinco realmente) era interrumpir en la izada de bandera de esa misma tarde la presentación de La Piragua a cargo del grupo de flautas del profesor Israel, Diego -el mayor de los inquisidores, que cursaba octavo- resolvió que esa sería la mejor manera de llamar la atención. Todo habría salido bien si se hubiesen percatado que no eran vistos no por ser un punto ciego, sino porque eran invisibles, ya había vacilado Martín al notar que había niños que jugaban a su alrededor y algunos incluso se reían de su capricho y de cómo los de atrás (los anti-inquisidores) movían los brazos o incluso exclamaban de repente y ni Freddy ni Sandra los miraban. La teoría de Martín era que solo elegían no verlos, que recibían toda sanción indirecta al marginarlos, pero que Diego lo reprendería como había hecho antes al expresarle que eran una minoría en medio de las flautas aprobadas por el concejo de padres.

 

Permanente, electivo, temporal, estacional, astrológico o cual fuere el motivo o la forma de su invisibilidad no importaba en el momento en que estaban gritando en medio de las flautas, saltando y protestando con toda la furia que se iba acumulando conforme menos existían: Diego incapaz de mirar a nadie más que a todo el mundo, que no clavaba los ojos en nadie, Diego que no asumía la frustración, los novatos que cada vez se iban acercando más a la salida del coliseo, que se iban rindiendo avergonzados. Martín que pensaba en las veces que Haku (su gato) pasaba de él, que miraba con tristeza a Diego como con ganas de abrazarlo mientras en algún punto se desinvisibilizaban, Tomás que gritaba como lo hacía Diego y saltaba y agitaba la regla de 30 cms que poco había usado, pero que cada año compraba. Guillermo Cubillos adueñándose de una piragua en el Cesar, existiendo más Guillermo que ellos, los anti-inquisidores que se han quedado sin voz, las flautas que terminan de entonar, Israel que mira de reojo a la rectora, la rectora que esboza una sonrisa de aprobación y aplaude; como si su mente hubiese estado con su cuerpo en la presentación. Los estudiantes que aplauden, los flautistas que se van y los anti-inquisidores (ahora sí los tres) que se quedan quietos sin voz, anti-inquisidores que forman un triángulo banal en medio del coliseo y que son atravesados por los grupos que están yendo a los salones, Martín que decide irse primero, Tomás que se sienta y Diego que solo mira sin mirar rindiéndose impasible… La anti-inquisición que ya no cruje, así como en la canción no crujía el maderamen en el agua.

 

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