En esas cortinas descoloridas pude ver la sombra de un sol desmoronada a media mañana, oí a la última colina recién acariciada por la estrella, profetizar la caída de sus lunares mientras ella yacía dormida. Del como la lluvia empañara su rostro y lo fría que se tornara mi ventana al recibir el alba.
Juzgue al astro mientras dormía y conté a la luna sus secretos. De cuando me despertaba en las mañanas para salir a bailar, mientras ella aullaba a los lobos dormilones que regalaban suspiros en la cascada. En cuanto nos escuchaban, salíamos corriendo a ocultarnos tras la montaña, llegando a ser diminutos ratones escurridizos buscando en la noche una camada.
O también el día en que la Tata con furia alborotada reflejada en su quijada, no encontraba el viejo bastón ayudante en la caminata. Vaya qué lloramos al final, cuando lo halló bajo las pestañas del ratón juguetón… que muenda nos pegó.
Incluso me apene por contar la travesura de aquel día cuando paseábamos entre las colinas y me sonrojaste desde los cachetes hasta la barriga, al reirte del cómo volaban las cucarachas cuando te ocultabas. Mi madre me puso ungüentos para según ella ”bajar la insolación”. Pensé que la inocencia era mía.
Ahora bien, en días sin sol, hecho de menos asomarme a la ventana y ver su sombrero asomando en la sabana. El ratón con sueño no pegó sus pestañas, miró en las cortinas descoloridas la sombra ya cansada de un sol que acarició por última vez la montaña. Finalmente cayó dormido en las cortinas después de tanto jugueteo, soñando con la paliza que marcó su espalda y le dejó abiertas las costillas.
Sigo sin ver sus largas pestañas irrumpiendo en mi ventana. En la noche continúo contando sus secretos, la luna me sigue escuchando de vez en cuando aunque no entienda mi parloteo. Ella no lo dice, pero se que espera su turno de acariciar las cortinas que cuelgan de la ventana.
En tanto a mi. Mi madre grita que entre a comer lo antes posible, la sopa anda fría y los ratones susurran el sueño de su jugueteo.
