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Por: Gonzalo Cruz

Cuando llegué a Cartagena, no sabía para dónde ir y qué coger, sabía que quería ser partícipe de algunos festivales, ya que estábamos en épocas de fiesta, pero solo los conocía por el nombre, más nunca había puesto un pie en esos lugares. Encontré a un hombre joven en manga sisa que ahora es un gran amigo, Alex, un actor y profesor de teatro, quien estaba con una compañía de estudiantes y se disponía a viajar por la Costa Atlántica hasta Palenque de San Basilio que estaba a 1 hora de Cartagena. Le pregunté que si podía ir con él y su grupo, me dijo que con gusto me recibía en su camioneta. Me fui arrimado junto con los jóvenes en medio de risas y chistes hasta San Basilio de Palenque.

Llegamos de noche, a la casa de Doña Basilia, una palenquera muy gentil que vivía en una casa de cemento junto con sus hijos y sus animales. La casa de Doña Basilia sobresalía a diferencia de las otras casas que estaban hechas de adobe y madera. Le pregunté a Doña Basilia si yo podía quedarme esa noche en su casa sabiendo que solo era por una o dos noches, puesto que yo iba para Ovejas, Sucre al festival de gaitas, ella me dijo que sí, que no había ningún problema, concretamos pues lo de la noche y lo de la comida, puesto que en el palenque no hay restaurantes. Nos arreglamos y nos dispusimos para ir a la fiesta, porque comenzaba el Festival. Esa noche cuando salimos a la plaza pública, había mujeres, hombres viejos y niños tocando tambor, todo entorno a él. Me tomé una cerveza en botella, de esas que solo se ven en la costa y divisé un monumento que se alzaba sobre la plaza principal. Era el monumento de Benkos Bioho, gracias a quién se había creado ese Palenque. Benkos, un cimarrón que escapó de la esclavitud para darle vida a su raza.

Al otro día nos levantamos para revisitar el pueblo. Es muy curioso ver que en el palenque no existe la fuerza policial, si no que es el mismo pueblo el que conforma la guardia afro Palenquera que resguarda y cuida su idioma y su gente de cualquier vicio o delito. Palenque de San Basilio ha dado muchas glorias al país empezando por Bioho, el Kid Pambelé, El Sexteto Tabala, Batata el gran tambolero, entre otros. Intentando ahora promulgar su música una suerte de músicos que quieren tomarse el país con nuevos sonidos pegajosos, llenos de picó y mezcla de sonido, se han tomado las emisoras no solo de Cartagena, si no del país entero.

Visitamos el cuadrilátero donde entrenaba el Kid pambelé y tuvimos hasta un curso de boxeo. Luego visitamos los estudios de música de Palenque, Palenque Records que han sido patrocinados gracias a ciertos músicos interesados en proteger y promulgar la música autóctona. Almorzamos mojarra frita con arroz con coco y limonada para coger fuerzas y disponernos a celebrar otro día de festival. Esta vez llegaron tamboleros de la costa atlántica, del propio Palenque y hasta de África. Pasamos una noche más celebrando y ya que era mi última noche, nos dio la madrugada bailando. Nos acostamos a dormir y al otro día madrugué puesto que seguía mi camino. Cogí una moto para que me llevara a la carretera por $2000, la cual quedaba a media hora de camino.

Tomé el bus hacia San Jacinto Bolívar, cuna de gaiteros. Allí encontré a mi amigo Javier Fernández, un luthier de tambores, lo visité a él y a su familia, los famosos viejos gaiteros de San Jacinto. Por esa época ya había pasado el festival en el pueblo, pero alcancé a hablar con ellos y un poco acerca de la situación de la música afrocolombiana en el país y en el mundo, de sus giras y sus nuevos proyectos. Mi visita fue muy corta, ya que no me había terminado de sentar cuando ya estaba en otro bus que me llevaría a mi destino final Ovejas, Sucre. Cuando llegué, lo primero que encontré fue un pueblo con la huella de Bolívar, una gran iglesia y un gran mercado atestado de gente. Mi indagación iba también a encontrar la gente que construye los instrumentos de la cumbia, los tan apetecidos instrumentos: la gaita, el tambor llamador, el alegre y la tambora, por eso me puse en la tarea de buscar un luthier de gaitas, pero no era seguro que lo encontrara, puesto que vivía a las afueras del pueblo y visitaba muy de vez en cuando estos lugares. Por lo pronto halle “en el camino un amigo vecino” y le dije “amigo venga usted conmigo, visitemos juntos a doña ratona”, que efectivamente encontraremos “francachela, comilona” y un buen chinchorro para pasar el festival, aunque para que chinchorro, si nadie duerme por épocas de festival. Tuvimos la oportunidad de ver grandes exponentes de la música afrocolombiana y fue curioso que los exponentes de estos géneros musicales, entre ellos cumbia, porro, puya, gaita corrida y bullerengue, entre otros, proviniese de tan diversos lugares como los Montes María que están entre los departamentos de Sucre y Bolívar, María la baja y San Jacinto de Bolívar y por supuesto los propios Ovejunos, no se quedaron atrás en la muestra cultural. Pudimos distinguirlos por el color de sus pañoletas, unos del César con pañoletas rojas, otros de Bolívar con pañoletas verdes y otras con ambos colores. Este es un pueblo cuya base económica es el comercio de tabaco, plantas como el café, el plátano, que corresponden a la piedra angular del comercio entre uno y otro pueblo.

La comida no hizo falta, por eso no nos aburrimos durante nuestra estadía. Al otro día pudimos observar la arquitectura del pueblo desarrollada gracias a la colonia y a grandes trazos de la bonanza bananera, cafetera y tabaquera. Así se acababa el festival, bailando y celebrando por un día más de fiesta. Agarre mis maletas ya que mi vuelo me esperaba y dije tan solo “hasta pronto festival”.

 

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