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Setenta y dos segundos de Ulises

Por: Gabriela Callejas Bohórquez

Luz roja: los motores se detienen. Ahí está Marco en su carro azul, lleva puesto un traje de corbata, se arrepiente como todos los días de haber intentado dormir cinco minutos más después de otra de esas noches de insomnio pensando en lo que siempre quiso y nunca fue; siempre parece antojarse un poco del paquete de ponquesitos surtidos, me mira, algunas veces me pregunta el precio, y lo piensa tanto que al final decide no comprar – recuerdo que la primera vez gasté mis setenta y dos segundos en él, tratando de convencerlo, juré que con él me habría hecho la venta del día y al final le basto con un “gracias, parcerito, tal vez otro día”-.
Han pasado dos segundos (hoy Marco preguntó el precio una vez más), llega Lidia quien aprovecha para maquillarse, se aplica unas hermosas sombras grises de diferentes matices, se delinea los ojos y por último el pintalabios rojo sangre toro; es una mujer hermosa, siempre me sonríe, pero nunca se ha interesado por comprarme algo.

Identidad no identificada, el BMW tiene vidrios de película, es imposible saber quién lo maneja, pero su llegada hace que mi día mejore, no viene muy seguido pero cuando lo hace: “ deme cuatro paquetes surtidos y quédese con el cambio”, es increíble lo mucho que aportan ciertas personas a mi vida sin darse cuenta, cada día le agradezco a mi Señor por ponerme en el camino de personas como él; por su voz sé que es un hombre mayor, al parecer es bastante impaciente, no deja de revolucionar el motor ansioso del momento en que el cambio haga fluir todo de nuevo, sin embargo no sé con certeza lo que siente, solo puedo percibir la envidia que genera en Gloria.
Una mujer que se ve destruida, sus manos delatan su vida, su carro viejo, destartalado y sucio con las placas apenas visibles demuestra que la situación es grave, no para de llorar y maldecir mientras golpea el timón con todas sus fuerzas; normalmente me compra de los ponquesitos por unidad pero me hace perder muchos segundos ya que siempre divaga en el sabor, sabiendo que al final va a llevar chocolate: – Ulises venga, hoy si necesito un ponquesito más que nunca – me dice – claro Doña Gloria, ¿qué sabor va a llevar? – acabo de condenar más o menos ocho segundos: “fresa que hace rato no como de ese; mentira, ese de limón ¿qué tal es?; aunque el de arequipe se ve como bueno, deme ese; ay no, sabe qué deme el de chocolate que no lo cambio por nada” –. El rumbo de su vida está detenido así que para ella unos segundos más no marcan la diferencia en el camino, pero para mi ¡Son setenta y dos segundos de oportunidades, ¿acaso a nadie se le pasa por la cabeza pensar que mi mundo se detiene cuando el de ellos vuelve a fluir?!

A lo lejos se escucha el radio de un auto “are you ready, are you ready for this, are you hanging on the edge of your seat…” un Volkswagen clásico color amarillo es conducido por Jack, María va de copiloto y juntos cantan desde sus entrañas, una pareja empoderada de su amor, van juntos contra todo y eso les llena el alma, sus latidos se complementan y danzan al ritmo de la canción, no les importa detenerse, al fin y al cabo para ellos el tiempo es tan solo las baterías del reloj; Jack hace sonar la bocina para llamarme: muertos de la risa me piden cuatro ponquesitos por unidad, dos de mora y dos de vainilla, me contagian de su alegría y mientras me alejo solo puedo percibir que se besan con tantas ansias que se hacen uno solo y su carro se llena de olor a felicidad resaltando perfecto con la flor que lleva puesta María en la cabeza y las gafas de sol de Jack al estilo de los años 60’s.

Las voces de este amor se ven opacadas por el olor a smog que llena la calle y hace que hace pesen los oídos: es el bus de José que va hacia el centro, cargado de impaciencia, vejez, juventud, intolerancia, alegría, expectativa, cansancio, afán, tranquilidad; la verdad es que todas estas emociones no encajan y realmente no cabe una ficha más, las vibraciones de los cuerpos se chocan entre sí. Aún así me subo, sé que valdrá la pena cuando le lleve a mi esposa y mis hijos algo de comer: huele a pachulí de la señora que va sentada al frente y al aliento a café que la joven se tomó antes de subirse, conversaciones se reúnen y no contrastan, el sonido de la respiración de las personas no combina – un saludo para todos ustedes, en el día de hoy les vengo ofreciendo unos deliciosos ponquesitos de diferentes sabores a excelente precio, si alguno está interesado por favor levante la mano para acercarme -. Mientras tanto la rutina de José se ha vuelto inmune a la luz y no se ha dado cuenta que poco a poco lo consume la entropía.

En menos de tres segundos todos se alistan para que todo vuelva a fluir de nuevo, los motores se revolucionan antes de soltar el clutch y meter el cambio para arrancar.
Verde: la realidad de todos sigue siendo la misma pero ahora el fluir del tiempo parece esconderla. La mía por el contrario, queda suspendida esperando a que otros mundos se detengan.

Aunque el día ha empezado bien, me estremece la idea de que mis hijos se acuesten con el estómago vacío, seguramente mis ojeras delatan el cansancio acumulado, soy un hombre honrado y trabajador pero hay días en los que siento no poder más, mi piel parece de reptil y la gorra café que llevo puesta solo me cubre parte de la cara; preferiría no ser yo y tal vez ir en una moto a toda velocidad persiguiendo mis sueños, aferrándome a mis deseos más profundos, alcanzando metas a 220 k/h. En fin, he aprendido que la vida le da a cada quien el motor que se merece, y solo al final de la autopista sabremos lo mucho que significa nuestro kilometraje.

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