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Ser nosotros mismos no debería ser un riesgo

La mentira más grande de nuestra vida es la vida que pretendemos actuar.

Por: Gabriela Merchan.

Las imperfecciones que percibimos en nuestras vidas, las inconformidades, la carencia de afectos y la ceguedad del mundo materialista, nos provocan traumas profundos e inconscientes que bloquean impulsos naturales y nos hacen pensar más de lo debido sobre nuestra “vulnerabilidad” en el planeta. Es entonces cuando decidimos poner máscaras a nuestra esencia para no ser consumidos por la antipatía de la sociedad. Ser nosotros mismos no debería ser un riesgo para nuestra supervivencia.

Es entonces cuando llega el dulce dolor revelador del interior: el arte. Es inevitable no sufrir ante una pasión que despedaza, que denuncia los defectos y virtudes negados por nosotros mismos a voluntad propia. Con él desechamos las manías y suciedades. Esas que adquirimos inútilmente para cumplir con los parámetros de la burguesía. Es la depuración del alma.

El arte no es sólo una disciplina; él revela las cosas hermosas que se esconden entre la superficialidad de un cuerpo y una mente, al explorar el espíritu y la chispa de cada sustancia. Él converge nuestros paralelos, uniendo vicios y virtudes para llegar a la armonía, la belleza nata de nuestro caos. Entonces llegamos a un grado de conciencia sobre las maravillas que podemos explorar, nuestros misterios se convierten en herramientas para crear, para cuestionar, para revelar y delatar las falsedades de la sociedad que nos impone modelos para vivir.

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