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El PAIS QUE LE SONRIE A LA DESGRACIA

Por: Oscar Ronney Moreno Alonso.

Siempre he pensado que los colombianos somos muy particulares. Cada vez que escuchamos acerca de nuestra fama en otros lugares, un factor común es la sonrisa, siempre sonreímos, siempre. A lo largo de nuestra vida se nos ha enseñado a sonreír, muy a pesar de las decisiones nefastas que como nación hemos tomado. Aún en nuestro núcleo social y familiar se nos ha dejado muy en claro que el que no sonríe es antisocial o amargado, esta costumbre tan arraigada, al menos para mí, ha sido objeto de discusiones. Pretendo hoy ampliar un poco el debate acerca de nosotros, el país que le sonríe a la desgracia.

A través de su    historia, Colombia ha tomado no solo nefastas sino funestas decisiones, decisiones que poco a poco nos descomponen como el juguete que todos usan pero que se haya sin dueño. Eso es Colombia, un constante desconcierto entre lo que fue, lo que es y lo que será. Somos el hermano feo pero gracioso de la familia, ese que genera satisfacción en los ajenos, pero congoja en los propios. Somos el país que en medio de chascarrillos no reconoce sus deficiencias a la hora de reclamar y defender lo que por naturaleza es suyo y que; por el contrario, entrega todo, incluso parte de su territorio. Este particular fenómeno se ha presentado antes y hoy se sigue presentando. Somos la nación que nunca ha tenido la capacidad de acordar puntos medios, somos de extremos, somos la patria boba que se haya confusa, difusa y separada, pero ¡qué más da!, si los colombianos sonreímos ante la desgracia, aunque la desgracia sea irnos desangrando poco a poco. La desgracia para nosotros tiene una enorme y reluciente dentadura.

Desde el nacimiento; y muy a pesar de las adversidades, se nos enseña a sonreír. Nacemos en cuna de paja, pero promulgamos haber nacido en cuna de oro. En medio de una presentación, vital es la sonrisa; en las señoritas será una exquisita primera impresión, y en los caballeros será un gesto de picardía y cortesía. Un niño que no sonríe es un niño infeliz; error garrafal suponer que sonrisa es igual a felicidad. Más adelante creceremos con la filosofía de sonreírle a todos los percances de la vida, pero en vez de sonreír, por qué no darles resolución. La sonrisa debería ser una expresión acorde a las emociones, una respuesta orgánica a sentimientos suscitados en nosotros y no, una respuesta inútil a las adversidades de la vida. Luego; en la vejez, la sonrisa será un rejuvenecedor esencial; porque tampoco somos capaces de llevar la vejez con orgullo, como creo debería ser y buscaremos la eterna juventud por medio de la sonrisa aun carcomiéndonos por dentro.

Creo firmemente que la sonrisa en ocasiones es el reflejo de nuestra necesidad. El colombiano que presencia un hecho catastrófico sonríe para olvidar, pero no olvida y mucho menos reflexiona. El colombiano sonríe y celebra la desgracia ajena y la toma como un logro propio. El colombiano podrá perder; entre otras cosas porque nunca piensa en ganar, y sonreirá a pesar de la dolencia que le aqueja. El colombiano odiará con el alma y aun así sonreirá, porque se nos ha enseñada a suprimir cualquier emoción, pero a exagerar la sonrisa, aun cuando no es honesta.

La cuestión de si somos el país más feliz del mundo, constantemente provoca diversas reacciones en mí. Considero en primer lugar que la felicidad no es algo que pueda ser medido en índices, mucho menos basar estadísticas a partir de ello. No ha sido fácil para mi suponer en qué casos podríamos ser el país más feliz del mundo, principalmente por el hecho de que el estado de felicidad no es un estado colectivo, sino más bien individual. Pero pienso que podremos acercarnos cuando empecemos a tomar decisiones con cabeza fría, cuando aprendamos el valor de algo tan simple pero lleno de complejidades como la sonrisa. Cuando veamos quizá la sonrisa como el momento; en medio de la desventura, de pausa y además como el preciso instante para tomar nuevos y más fuertes impulsos. Como el resultado del estado pleno y complejo que es la satisfacción.

Los colombianos somos personas sumamente optimistas y el optimismo no es otra cosa que la tendencia de ver las cosas de la forma más favorable o positiva posible y considero que el optimismo ha llegado demasiado lejos en nosotros. Cada vez que sufrimos perdidas no solo personales sino también colectivas decimos “veamos el lado positivo” y realmente no todas las cosas aun siendo desgracias irreparables, tienen lado positivo, pero siempre podrán ser reflexionadas.

De este modo será sustancial volver a considerar el valor inmenso y precioso de la sonrisa.

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